derecho a violar los derechos

derecho a violar los derechos

NOTA: Ver estos comentarios junto con videos con entrevista realizada por Carmen Arístegui a Carlos Fazio
Carlos Fazio es el autor de un libro publicado poco después del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, México . Titulado El tercer vínculo, este libro publicado en 1996 preveía hace más de diez años lo que ahora sucede en el país vecino de los EEUU en lo relacionado con el creciente empuje militar estadounidense, ahora con la coartada de que el Estado Mexicano no es por sí mismo capaz de asegurar que los grupos organizados en torno al tráfico de armas y narcóticos ilegales sean controlados en aras a la seguridad nacional de los propios Estados Unidos de Norteamérica. Y si en Colombia hay ya hace años presencia directa de fuerzas militares estadounidenses, ahora es a México a quien se va a ayudar
El modo en que consideramos el tema es el siguiente:
El diario en red El Revolucionario aporta claves para manejar el asunto de la militarización que permiten ver ese tercer vínculo del que hablaba Carlos Fazio en su libro de 1995. Sin embargo, desde la óptica de EEUU ponemos a consideración de los lectores un noticia derivada de conferencia telefónica de prensa del máximo militar al cargo de la temática por parte de los EEUU y que publica un medio dedicado exclusivamente a temas militares, pero que , tal y como vemos en el modelo canónico que el materialismo filosófico plantea, las capas del cuerpo político se relacionan diaméricamente , como el artículo menciona al referirse a la necesidad de intervenir militarmente en todo cuanto afecte o sea susceptible de afectar intereses fundamentales para la economía de los EEUU y sus empresas globalmente dispuestas…es decir, el vínculo militar , vía lucha y apoyo a la lucha anti narco , no es segregable de ninguna manera de los vínculos político y económico, ya fijados, institucionalizados en el TLC o NAFTA desde el año 1994
Por último, la lectura de la reseña a El tercer vínculo, realizada por el investigador mexicano Stephen Hasam Reseña que abre un nivel crítico materialista suficiente para entender la diálectica de este proceso y su estructura
Asimetrías
Qué Falló y Por qué (2/2)
El Estado mexicano es un Estado fallido
Miércoles 11 de marzo de 2009, por Fausto Fernández Ponte
Fuente El revolucionario http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo1286

Para que México no colapse, Obama enviará a sus «marines»; a eso vino el almirante Mullen. Carlos Fazio

Mapa Mundi de Estados fallidos
México en el límite
I
Lisa y llanamente, el Estado mexicano es un Estado fallido —o fracasado— por el simplísimo hecho de que no hay correspondencia entre sus elementos constitutivos; no la ha habido desde hace casi 70 años.
Esa falta de correspondencia que ha caracterizado a los elementos constitutivos del Estado mexicano ha alcanzado en la coyuntura corriente proporciones colosales, agudas, de crisis. Su secuela es la anomia.
La correspondencia es, con arreglo a ciertos paradigmas de la sociología, dicotómica: por un lado, la de las fuerzas productivas y las relaciones de producción; por otro, entre la base y la superestructura de la sociedad.
Y la anomia es —se ha dicho aquí desde hace años— el término que explica ciertos fenómenos de la relación entre los individuos y el conjunto de normas y reglas sociales. ¿Enfermedad de la sociedad o del Estado?
II
El tema de la anomia se vincula con la discusión acerca de los lazos que ligan a la base económica de la sociedad mexicana con su superestructura ideológica. La anomia define una crisis, como la mexicana.
Esa crisis mexicana es general —económica, política, social y cultural— y previa a la que estruja hoy al planeta y sus manifestaciones se remontan cíclicamente a sexenios atrás, coincidente con un fenómeno adicional.

Michael Mullen
Jefe del Estado Mayor Conjunto de Obama: ¿la intervención militar de México en el horizonte?
La crisis en México es más antigua que la estadunidense y la global, precediéndolas por un cuarto de siglo. En 1995, EU «rescató» en lo financiero al Estado mexicano; hoy, Washington se apresta a otro «rescate», éste militar.
El fenómeno adicional es el del distanciamiento ideológico paulatino, sostenido, del poder político del Estado mexicano respecto del elemento constitutivo principal, el pueblo, al cual debe, por ley, subordinarse.
Ese distanciamiento tiene hitos: la adhesión unilateral —sin consulta previa con el pueblo—, en 1982, del poder político del Estado mexicano a la filosofía del neoliberalismo económico y político, cediendo así rectorías.
Esa cesión de rectorías del Estado fue autoritaria, arbitraria y discrecional, como expresión de la cultura del poder metaconstitucional del Presidente de la Federación de los 31 Estados Unidos Mexicanos.
La cesión fue a particulares —notoriamente extranjeros, representados por grandes consorcios trasnacionales de Estados Unidos y, hoy, también de España y Canadá— y mexicanos asociados a políticos.
III
Al ceder el poder político del Estado mexicano las potestades constitucionales rectoras de éste, la consecuencia es la debacle ocurrente, que ha ido de menos a más, hasta alcanzar hoy proporciones ciclópeas.
En esas condiciones de crisis local sobreviene la crisis estadunidense y global; ésta acentúa magnitud y alcance de aquella. A esos dos vectores —crisis local, más crisis global— se suma la crisis de la «narcoguerra».
La narcoguerra es un indicador elocuente de la persistencia y extensión transversal y hacia abajo y horizontal, de la anomia prevaleciente, a la que contribuye otro vector: el de la cultura del capitalismo salvaje.
Ese capitalismo salvaje se nutrió y, a la vez, se expresa en conductas criminógenas, a las que no son ajenos ni remotamente los personeros mismos del poder político del Estado y cuya corrupción raya en el cinismo.
Y más: el quehacer bancario y financiero, así como el político, adquiere visos conductuales de crimen organizado. Los «capos» del narco no son distintos de los magnates de la banca y las finanzas y la política.
Así, 27 años de neoliberalismo económico y político se ha traducido en la crisis tan profunda, sin precedente histórico, que afecta al pueblo de México. Ello ha creado un caldo de cultivo de inexorable reivindicación.
Ello ha determinado la condición actual de Estado fallido, objetivo precisamente por ello a una inminente operación de rescate militar y geopolítico, intervencionista, de un Estado extranjero, el estadunidense.

ARTICULO DE MICHAEL KLARE EN THE NATION Redefining National Security
By Michael T. Klare
March 12, 2009
President Obama no doubt brought much joy to opponents of excessive military spending on February 24 when he told a joint session of Congress, «We’ll…reform our defense budget so that we’re not paying for cold war-era weapons systems we don’t use.» For years, American leaders have been saying that they would reshape American military policy to reflect the altered landscape of the current epoch, but for the most part, our military establishment still resembles that of the cold war era.
• Redefining National Security
Michael T. Klare: Some military analysts are warning Obama that insurgencies, revolts and economically driven instability could threaten our way of life. It’s a path fraught with hazards.
World Economy
Michael T. Klare: As people lose confidence in the ability of markets and governments to solve the global crisis, the likeliness of violence increases.
• The Problem With Cheap Oil
Oil
Michael T. Klare: Whether the price of oil is high or low, someone’s going to pay–and sooner or later all of us will–because our civilization is based on the stuff.
Only now, as a result of economic hard times and the determination of a new, forward-looking president, does it appear that real change is possible. But in their eagerness to abandon the obsolete shibboleths of cold war thinking, it is essential that Obama’s strategists not embrace new approaches that would embroil the United States in a host of fresh conflicts around the world–conflicts sparked in part by the global economic meltdown and expressed in various types of insurgencies, uprisings and revolts.
The risk that this economic downturn, like other severe ones in the past, will lead to an upsurge in global violence was highlighted on February 12 by Admiral Dennis C. Blair, the Director of National Intelligence, in testimony before the Senate Select Committee on Intelligence. «The primary near-term security concern of the United States is the global economic crisis and its geopolitical implications,» he declared. «[A]ll of us recall the dramatic political consequences wrought by the economic turmoil of the 1920s and 1930s in Europe, the instability, and high levels of violent extremism.»
In these few words, Blair announced a revolution in American strategic thinking: For the first time since the rise of Nazism in the 1930s, the distressed state of the world economy rather than a particular adversary or ideology was cited as the greatest threat to US national security.
Unfortunately, Blair did not go on (at least in public testimony) to identify the sort of situations in which he anticipated a similar upsurge of extremist violence this time around. He did, however, suggest that «the longer it takes for the recovery to begin, the greater the likelihood of serious damage to US strategic interests….Statistical modeling shows that economic crises increase the risk of regime-threatening instability if they persist over a one to two year period.» Clearly, this crisis will last for two years, at the very least, and so we can expect a growing frequency of what he called «regime-threatening instability.»
As Director of National Intelligence, Admiral Blair, who is retired as an admiral, is not a policy-making official so much as an analyst and adviser to the president. Nonetheless, it is not hard to see in his testimony the seeds of a new strategic doctrine focused on the maintenance of global law and order in the interests of US political and economic well-being. In a region-by-region assessment of the global strategic landscape, he identified several countries facing economically related internal disorder that are of strategic importance to the United States; they include Colombia, Kazakhstan, Mexico, Nigeria and Pakistan. Any significant breakdown in governmental authority in these countries, he suggested, would do serious harm to America’s vital interests. He further warned of the growing threat to international shipping posed by piracy in Africa, and he noted that «potential refugee flows from the Caribbean could also impact Homeland security.»
This view of a world, in which America’s vital interests are threatened less by a particular adversary or ideology than by chaos and lawlessness in general–particularly when it threatens the economic well-being of the United States–is an approach that appears to be gaining traction with the military services. And it is easy to see why: At a time when the public is leery of another ideological crusade like that launched by the Bush administration after 9/11 to impose a neoconservative model of democracy on the Middle East, the notion of relating military expenditures to identifiable economic interests must appear highly attractive to the services.
One can see this, for example, in the new maritime strategy adopted by the Navy, the Marine Corps and the Coast Guard in October 2007. This strategy, the leaders of the three services affirmed, «describes how seapower will be applied around the world to protect our way of life, as we join with other like-minded nations to protect and sustain the global, inter-connected system through which we prosper [emphasis added].»
Whereas the naval services once touted their role in containing the Soviet Union or fighting terrorism, they now highlight their mission as guardians of international commerce. «The world economy is tightly interconnected,» the 2007 strategy document explains. «Over the past four decades, total sea-borne trade has more than quadrupled: 90 percent of world trade and two-thirds of its petroleum are transported by sea. The sea-lanes and supporting shore infrastructure are the lifelines of the modern global economy….»
Yet these vital «lifelines» are vulnerable to disruption due to conflict, piracy, and criminal violence, thereby threatening our continued prosperity. «Weak or corrupt governments, growing dissatisfaction among the disenfranchised, religious extremism, and changing demographics–often spurred on by the uneven and sometimes unwelcome advances of globalization–exacerbate tensions and are contributors to conflict.» The naval services, by protecting the sea lanes and port facilities, can thus claim to be providing a direct benefit to America’s economic health.
The other military services are also likely to move in this direction. The Army and Special Operations Command (SOCOM), for example, will no doubt stress their roles in combating international lawlessness, subversion and criminality. (Indeed, from a doctrinal point of view, the distinction between these forms of violence is said to have largely disappeared.) In Nigeria, for example, US military personnel are helping to arm and train government forces seeking to crush the insurgency in the Niger Delta region–an insurgency driven in part by resentment over the paltry funds allocated to the region by the central government from the many billions of dollars received every year from the oil companies operating in the area, and in part as an extortion racket by young, unemployed men with no other identifiable source of income. These US efforts are vital to our economy, the Bush administration noted in 2006, as «Nigeria is the fifth-largest source of U.S. oil imports, and disruption of supply from Nigeria would represent a major blow to U.S. oil security strategy.»
It is not yet evident to what degree these arguments will prevail when the Obama administration decides on the allocation of funds among the various branches of the armed forces when it issues a detailed Pentagon budget in April. As is always the case, each service will fight for the preservation of its pet projects–the Air Force, for the F-22 Raptor fighter plane; the Army, for its family of advanced armored weapons; and the Navy, for a new generation of nuclear-powered aircraft carriers–and it is too early to tell which of these sacred cows will survive. As time goes on, however, each service is likely to adopt an approach that highlights its contribution to the well-being of the US economy and for the Pentagon, as a whole, to construct a new «grand strategy» around the maintenance of global economic stability.
One could argue, of course, that the maintenance of global law and order is vital to the well-being of all nations, especially this one, and that in the absence of a functioning United Nations police force, this country must assume that burden. No doubt, many policymakers and pundits–including prominent Democrats–will make this argument. But before President Obama and his colleagues embrace this strategy, they had better think carefully about the likely implications of such a project. If anything is likely to entrap the United States in multiple brushfire wars abroad that add many trillions to future deficits, it is the prospect of the United States becoming the gendarme of the world.
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About Michael T. Klare
Michael T. Klare, Nation defense correspondent, is professor of peace and world security studies at Hampshire College. His latest book is Rising Power, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy. more…

NOTICIA PUBLICADA EN MILITARY TIMES

Mullen concerned about Mexico drug battles

By Anne Gearan – The Associated Press

Posted : Saturday Mar 7, 2009 8:41:49 EST
WASHINGTON — Mexico could borrow from U.S. tactics in the fight against terrorism as it battles a crisis of drug-related violence along the U.S.-Mexico border, the top U.S. military officer said Friday.
Returning from a six-day trip to Latin America punctuated by news of beheadings and intimidation by Mexican drug cartels, the chairman of the Joint Chiefs of Staff said the United States could help with equipment and intelligence techniques.
Adm. Mike Mullen would not be specific about what kind of intelligence or surveillance help the United States might offer, but said he saw ways to employ experience the United States has gained in the ongoing hunt for extremists and terrorists. He would not say whether there may already be U.S. drones flying over bloodstained cities such as Ciudad Juarez, where 17 bodies came into the morgue on one day recently, including the city police force’s second-in-command and three other officers.
“Obviously it affects us because of the relationship between the two countries,” Mullen said during a telephone news conference as he flew to Washington following meetings in Mexico, his last stop.
Mullen referred to the spike in violence as a crisis, and said it occupied much of his discussions with Mexican military leaders.
More than 1,000 people have been killed in Mexico in drug-related violence this year. In 2008, the toll doubled from the previous year to 6,290. Both the U.S. and Canada have warned that murders related to drug activity in certain parts of Mexico, particularly along the border with the U.S., raised the level of risk in visiting the country.
There are signs the violent competition among Mexican drug and smuggling cartels is spilling across the border, as cities in Arizona report increases in such crimes as home invasions. More than 700 people were arrested as part of a wide-ranging crackdown on Mexican drug cartels operating inside the United States, the Justice Department said last month.
Last weekend, Defense Secretary Robert Gates said he also saw opportunities for the U.S. military to help with military training, resources and intelligence.
“I think we are beginning to be in a position to help the Mexicans more than we have in the past. Some of the old biases against cooperation with our — between our militaries and so on, I think, are being set aside,” Gates said in an interview that aired March 1 on NBC’s “Meet the Press.”
“It clearly is a serious problem,” he said.

El tercer vínculo: de la teoría del
caos a la militarización
Reseña por Stephen A. Hasam

Carlos Fazio. El tercer vínculo: de la teoría
del caos a la militarización. Prólogo
de Lorenzo Meyer. México, Joaquín Mortiz-
Planeta, 1996, 285 pp

El 23 de octubre de 1995, en la Ciudad de
México, ante sus anfitriones, la plana mayor
de las fuerzas armadas mexicanas y 10 mil
soldados y cadetes supernumerarios, el secretario
de Defensa de Estados Unidos,
William Perry, declaró durante una extraordinaria
ceremonia en el Campo Militar I
—notorio internacionalmente como cámara
de tortura y de detención-desaparición de
presas y presos—, que «la seguridad nacional
[sic] entre su país y México ‘es el tercer
vínculo’ en que ambas naciones cimentarán
su estrecha relación, pues ya se tienen dos
fuertes bases en nuestros lazos políticos y
económicos» (p.179).
Desde 1948 ningún secretario de Defensa
estadunidense había viajado a México en
visita oficial. Era el comienzo de la Guerra
Fría, Estados Unidos estrenaba su pax americana
y los países del continente americano
su Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca (TIAR) y su Organización de Estados
Americanos (OEA), parida literalmente
en medio del estallido de una gran matanza,
el bogotazo, que marcó el inicio de una guerra
civil que hasta hoy perdura.
Casi medio siglo después, la OEA
debería convertirse, según designios estadunidenses,
«en una instancia supranacional
calificadora y con derecho a intervenir militarmente
en aquellos países que, a juicio de
Estados Unidos, no apliquen la democracia
como régimen de gobierno». En su Asamblea
General en Santiago de Chile, en junio de
1991, «decidió implantar el nuevo concepto
de ‘democracia preventiva’ o ‘reactiva'» (p. 175).
Dos años después, en 1993, en Washington,
la OEA «aprobó por 30 votos a favor, sólo
el de México en contra y con las abstenciones
de El Salvador y Jamaica, la suspensión
de cualquier país miembro en el que haya sido
derrocado un gobierno electo democráticamente»
(p.176). La delegación del gobierno
mexicano consideró que la reforma a la Carta
de la OEA le otorgaba «atribuciones
punitivas, excluyentes y supranacionales
que atentaban contra los principios soberanos
de las naciones» (Ibid.).
A raíz de la crisis haitiana, el gobierno estaduniden
se presionó para la «creación de
una fuerza militar multinacional» dentro del
marco de la así llamada democracia preventiva.
En último momento se retractó. Sin
embargo, a fines de 1994, en la cumbre de
presidentes en Miami, reactivaría «el
concepto de ‘democracia con seguridad'»
(p.177). El gobierno mexicano, optando por
un perfil bajo, sólo envió a su embajador en
Washington, Jesús Silva Herzog, y a su
agregado militar, el general Rafael García
Aguilar.
Sin embargo, entre el 19 y el 22 de junio de
1995, después del colapso económico mexicano
de diciembre de 1994 y del rescate del
gobierno de ese país por la administración
Clinton, el secretario de Defensa mexicano,
general Enrique Cervantes Aguirre, se reunió
en Washington con William Perry y otros altos
funcionarios del Pentágono, donde fue
«virtualmente presionado por sus pares norteamericanos
para que México se involucrara
de manera directa en el proyecto de seguridad
hemisférica que sería lanzado en
Williamsburg» los días 25 y 26 de julio de 1995
{Ibid.) A partir de esa visita, las relaciones
entre los ejércitos de los dos países
«comenzarían a acortarse», según el comentarista
militar Javier Ibarrola (p.178), quien
incluso incluyó este proceso como componente
del Plan Nacional de Desarrollo del presidente
Ernesto Zedillo. Exactamente cuatro
meses después, William Perry, huésped oficial,
anunciaba desde la principal base militar
mexicana la consumación del «tercer vínculo».
La misión de William Perry fue «insistir en el
involucramiento de las fuerzas armadas
mexicanas, y en particular del ejército, en el esquema
de seguridad interamericana
diseñado por el Pentágono como caballo de
Troya de los intereses del expansionismo
estadunidense en la era de la globalización
imperial. Hasta entonces Estados Unidos no
tenía acceso a las estructuras de decisión
táctica-operativa y estratégica de las fuerzas
armadas mexicanas, la única institución de
América Latina, junto con la de Cuba, que no
ha sido penetrada directamente por el
Pentágono. Con un dominio enorme sobre la
toma de decisiones estratégicas de política
financiera, económica y diplomática de
México, a Estados Unidos le faltaba cerrar
el círculo en el área militar. Y sobre eso
venía trabajando Perry: cerrar el círculo de
la dependencia» (p.179).
El establecimiento del «tercer vínculo» con
México forma parte de la nueva estrategia
geopolítica de los Estados Unidos hacia el
continente americano, conocida como Doctrina
Bush o Doctrina Cheney, que busca «la
militarización de Latinoamérica bajo el ala de
las fuerzas armadas de Estados Unidos»
(p.172) y que «es un regreso a la Doctrina
Monroe: el mismo proyecto desde 1823 […]
Es parte de una estrategia global que incluye
la militarización de la OEA junto con el impulso
a la democracia y el libre comercio, a la
usanza de Washington» (p.174).
Se trata de un proceso de militarización
que sustituya la doctrina de seguridad nacional «por otra de ‘estabilidad nacional’, que
daría a los ejércitos funciones de fuerzas de
disuasión internas (policiales) ante las previsibles
protestas populares originadas por la
aplicación de políticas neoliberales» (p.175).
Esta reconversión y compactación de las
fuerzas armadas de la región deberá ocurrir
con base en una «soberanía limitada»,
supeditada al Departamento de Defensa estadunidense.
Como respuesta al así llamado
caos creciente aparece la doctrina de estabilidad
nacional con soberanía limitada.
Dentro del marco de los designios geopolítico-
estratégicos estadunidenses hacia
América Latina, relatados y documentados
en el libro, Carlos Fazio reconstruye y analiza
muy detalladamente la historia de los
principales acontecimientos políticos, económicos,
militares y sociales del México
posterior a la aparición pública del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en
Chiapas el 1 de enero de 1994.
Fazio comienza el libro: «Y el país le estalló
en la cara al presidente Carlos Salinas con
sus ‘mitos geniales’ y el sueño de un México
primermundista. En la primera media horade
1994, la rebelión indígena en Chiapas opacó la
coronación del salinismo en el arranque mismo
del Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio
(NAFTA, por sus siglas en inglés)» (p.15).
Con base en entrevistas y, sobre todo, en
una utilización minuciosa de una cantidad
abrumadora de fichas periodísticas, de información
de dominio público, logró una
reconstrucción e interpretación sorprendentes
del complejo rompecabezas mexicano, a
las que entretejió un análisis estratégico y
agudo, que juntos revelan un panorama muy
peligroso.
«En octubre de 1996 —señala Fazio— el
otro gran actor social surgido del levantamiento
zapatista, el ejército, había adquirido una
relevancia fundamental en la vida política
mexicana» (p.283). El despliegue militar fuera
de los cuarteles abarcaba ya casi todos los
estados del país y «el patrullaje militar pasó
de cinco millones 912 kilómetros, entre enero
y mayo de 1995, a ocho millones 54,000 en
igual lapso del año siguiente» (p.283). Pero
más importante, alerta Fazio, es la aplicación
de la nueva doctrina militar, que implica una
reestructuración y nuevo impulso a las tareas
de inteligencia y contrainteligencia bajo la
Sección 2 del Estado Mayor, para lo cual éste
creó el Servicio de Inteligencia. «Esos cambios
permitieron una mayor intervención del
ejército en los problemas internos de México,
y de hecho quedó legalizada su actuación
fuera de los cuarteles en áreas de responsabilidad
civil, tales como seguridad pública,
salud y combate a la pobreza, que sirven
como mampara para las actividades de inteligencia
sobre la población» (p.283).
Ellas, a su vez, permiten llevar a cabo una
guerra psicológica cuya meta es «obtener un
consentimiento activo de la población civil:
plasmar un alineamiento y, si es factible, una
organización activa y favorable de los ciudadanos.
O de otro modo, en el ámbito de la ‘paz’
política imponer un universo cultural que organice
la totalidad de la realidad en función
de los objetivos militares. Ese universo se vale
de los campos de la información (TV, radio,
prensa escrita), de la política, de la economía
y hasta de la religión para construir la ‘verdad’
e imponerla de manera represiva» (p.50).
Pese al discurso oficial, según Fazio, «el
plan guerrero de acción psicológica es el fundamento
visible […] de la estrategia de
dominio del sistema». Señala que los blancos
definidos como «enemigo» son tanto colectivos
como individuales. Y dentro de los
individuales, uno de los enemigos principales
es el así llamado «comunicador llave»,
quien goza de legitimidad social, popularidad
y credibilidad. «El ‘comunicador llave’ es el
modelo social del hombre en el cual se reconoce
como propuesta un grupo o masa
—público— de personas que lo toman como
índice de realidad, valoraciones o proyectos.
Pivote que articula, por identificación, el núcleo
de un sentido social que se expande.
Especie de superyo colectivo, irradia
directamente, por su presencia personal,
unitaria (sensible y racional) sus opiniones y
actitudes» (pp.50-51).
La guerra psicológica es permanente, universal
y total, acota Fazio; busca «desvirtuar
la actividad colectiva (sobre la base de que la
destrucción individual supone el fin del grupo)»
(p.51). Entre los medios empleados
destacan la afirmación o exaltación de instintos
y hábitos (necesidades), el cambio de
creencias, intenciones y deseos de actores
diversos de la población (conversión o diversionismo).
Y también aquellos que, por
sorpresa o provocando emociones, distraen
la atención pública de su fijación en objetos
inconvenientes (Ibid). Aquí entrarían el «Chupacabras»,
las filtraciones recurrentes sobre
la situación de Carlos y Raúl Salinas y otras
noticias espectaculares.
Más allá del levantamiento armado en
Chiapas, el imperativo de librar una guerra
psicológica contra la población mexicana se
explica no sólo por la inconformidad y desesperación
por la pauperización y saqueo de la
población y del país, sino por la implementación
de una «integración silenciosa» de
México a Estados Unidos, como lo llama John
Saxe-Fernández, citado por Fazio: «El entusiasmo
[de EE.UU.] por ‘continentalizar’ la
economía mexicana, es decir, someter las
principales actividades económicas del país
al dominio, control y administración de ‘sus’
corporaciones petroleras, petroquímicas,
gaseras, ferrocarrileras, eléctricas, portuarias,
aeroportuarias, carreteras y de telecomunicaciones,
coincide con los intentos prácticos
de orden político-militar por mermar la soberanía
de la federación mexicana» (p.43).
Uno de los botines más preciados y estratégicos
es el petróleo. Según análisis del
Pentágono de la década de los años setenta,
equipos de sabotaje del ejército mexicano
podrían impedir la extracción y exportación
forzosa del crudo y de gas natural. «De allí que
se insistiera en ‘modificar’ las funciones y misiones
esenciales de las fuerzas armadas
mexicanas, como garantes de la soberanía
nacional y territorial, hacia otras de tipo represivo
ante eventuales ‘enemigos internos»
(p.44).
Para complementar esta estrategia, «surgió
la opción menos costosa», no militar,
indica Fazio y cita a John Saxe-Fernández:
«En esta función son mucho más eficaces las
capacidades de soborno, corrupción e intervención
política de las estaciones de la CÍA,
que los batallones de ‘marines’; las presiones,
préstamos y condiciones del FMI y el Banco
Mundial, que los aviones supersónicos; las
amenazas del proteccionismo comercial
contra las exportaciones mexicanas, que los
submarinos; el chantaje contra un liderato
económico y político corrupto y apátrida, que
la artillería más moderna» (pp. 44-45).
En el libro, Fazio reconstruye la historia del
levantamiento indígena en Chiapas y los casi
tres años de negociaciones, tanto desde el
punto de vista de la dirigencia del EZLN
como desde el punto de vista de la estrategia
gubernamental. En este contexto es
especialmente importante la descripción y
análisis que hace de la Doctrina Iruegas, según
la cual «no se podía conceder a los
zapatistas en la mesa del diálogo, lo que éstos
antes no pudieron conseguir con las
armas» (p.96).
Haciendo un balance del «golpe del 9 de
febrero» de 1995 (pp.78-88), cuando el presidente
Zedillo «ordenó al ejército reiniciar las
hostilidades, ratificando la percepción indígena
de que su oferta del diálogo era más bien
una estratagema de tipo diversionista, mientras
las tropas federales ganaban tiempo para
intentar aniquilar al zapatismo y Gobernación
desmentía la ofensiva», Carlos Fazio recuerda
que, «años atrás, en la década de los
setenta, el presidente uruguayo Juan María
Bordaberry dio el mismo paso que ahora parecia
dispuesto a ensayar Zedillo, terminando
aquél como rehén de los militares» (pp.82-83).
Fazio señala al final del libro que aunque la
idea parezca remota, no se puede descartar
de forma mecánica la posibilidad de un golpe
de Estado en México. Agrega que el ejército
ya tiene una plataforma desde la cual empieza
a controlar la vida política del país y agrega
que quisiera creer «que el gobierno aún está a
tiempo de salvarse y de salvar al país, antes de
que éste se vea afrontado a la desesperación
y la servidumbre» (pp.284-285).
El libro de Carlos Fazio estimula la reflexión
y provoca el surgimiento de muchas interrogantes.
Entre ellas, estas dos: primero, no
cabe duda que el gobierno hará hasta lo inhumano
por salvarse —no es suicida— y salvar
el país. Para eso tiene que responder al poder
real de la neooligarquía
transnacionalizada que lo sustenta, cumplir
cabalmente su función como gobierno
‘mediatizado’ (en su acepción histórica) y
salvar su país, que es el Estado total
privatizado, no el público y soberano que
está sistemáticamente desmantelando. Ése
es el problema. Segundo, cómo explicar y
con qué fundamento esperar que en la era
del fundamentalismo religioso, luego
lucrativo, del mercado total, de la
competencia total, del bottom line, del
neodarwinismo social, las fuerzas armadas
como única institución se resistan a su privatización,
sobre todo cuando el Estado
mismo del que dependen y al que le deben
obediencia y lealtad, está siendo privatizado
vertiginosamente. El apoyo militara intereses
caciquiles (capos, padrinos) o la
participación de militares en el mercado negro
de drogas, armas, plutonio, etc., son
indicios, más que de corrupción, de ese proceso
de privatización.
Estas preguntas son aplicables tanto a
Brasil como a Bielorrusia, a México como a
Macedonia, a Argentina como a Albania, y
reflejan los tiempos peligrosos que estamos
viviendo. ¿Tendrá razón Hans Magnus
Enzensberger, quien ve un mundo de incontables
guerras civiles en gestación?
Incontables, porque dice, «el caos no se puede
contar». En tal caso, la militarización
representa un paso más hacia la consumación
del caos mismo, una gran orgía de
sacrificio, aunque en un primer momento venga
vestido de orden. Sea cual fuere el
desenlace, El tercer vínculo será un libro de
consulta imprescindible para entender el México
de 1994 a fines de 1996 y sus secuelas.